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Semblanza de Ángel Labruna

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A 33 años del fallecimiento de don Ángel Amadeo Labruna, el Departamento de Historia de la Asociación Atlética Argentinos Juniors recuerda con cariño y profunda gratitud al entrenador que cambió para siempre la historia deportiva del club.

Ángel Amadeo Labruna es uno de los mejores, más exitosos y más respetados jugadores en la historia del fútbol argentino. El máximo ídolo en la historia de River Plate –club del que es también el futbolista con más títulos obtenidos- y también el máximo artillero en la Primera División de nuestro país (con 293 tantos, al igual que el paraguayo Arsenio Erico), caracterizado por su juego tan vistoso como ofensivo, por su letal poder goleador, por su finísima técnica y, sobre todo, por su gran coraje a la hora de tomar la iniciativa en el ataque, fue también un entrenador de primera línea. Enemigo declarado de aquellos que anteponían la táctica al juego creativo y siempre confiado en sus conocimientos sobre el juego (que, según sus propias palabras, pocos podían llegar a igualar), era en cierta forma el arquetipo del personaje de Buenos Aires. Amante del tango y del turf, descreía de la suerte y descansaba tanto en su guapeza y su picardía como en su capacidad. Cultor del buen fútbol y forjado entre adversidades que logró superar con una trayectoria profesional increíble, compartía muchos de los valores que siempre signaron la existencia de nuestro club, aunque probablemente no lo supiera…

Con tantas cosas en común (la raigambre porteña y popular, la humildad, la capacidad de trabajo, la confianza en el talento, la honestidad, el valor y esa pasión por el fútbol de ataque y buen pie), resultaba lógico que los caminos de Argentinos Juniors y de Ángel Labruna se cruzaran en algún punto. El Feo estaba destinado a cambiar para siempre la historia de este club, a revolucionarla prestando atención a los orígenes y poniendo al servicio de nuestra institución su gran capacidad para elegir futbolistas y para foguear a los jugadores jóvenes en las lides de la Primera División. Un Argentinos Juniors que alternaba unos pocos buenos torneos con muchas campañas pálidas (que siempre lo tenían disputando la permanencia en la división de honor) fue a buscar al novel director técnico en 1971, confiando en que el aura ganadora del Labruna futbolista continuaría del otro lado de la línea de cal, y conociendo la forma de pensar y de trabajar que pregonaba. Pero la magra realidad del club por aquellos años se conjugó con la inexperiencia de don Ángel en el banco y los resultados fueron malos, con lo que optó por renunciar y marcharse a Rosario para dirigir a Central. La estadía de Angelito en la Ciudad Río sería fructífera, ya que en ese mismo año el equipo canalla ganaría el primer título de la Primera División profesional de su historia. Los éxitos deportivos -a los que Labruna parecía predestinado- continuaron cuando volvió a su querido River Plate en 1975. En el club que consideraba su casa ganó seis títulos en sus primeros seis años (cortando una inédita mala racha de 18 años sin conquistas para los de Núñez) y terminó de consagrarse como el principal referente histórico de la institución. Pero un conflicto con la dirigencia de entonces acabó en malos términos y, herido en su orgullo, buscó nuevos horizontes a principios de la década de 1980.

Es en 1983 donde las historias de don Ángel y de Argentinos Juniors vuelven a discurrir a la par. Tras la venta de Maradona al Barcelona español en una cifra multimillonaria para los parámetros de la época, el club encaró un proceso de renovación que incluyó el fomento de las obras destinadas a lo social y recreativo en el Polideportivo Las Malvinas, y también un cambio de paradigma en un fútbol que, tras la ida definitiva del Pelusa, había vuelto a su habitual tesitura de luchar por conservar la plaza en Primera. Ya curtido en su función de DT –y con siete títulos que avalaban su prestigio bien ganado-, Labruna volvió a la dirección técnica del Bicho para revolucionar por completo su perfil futbolístico y su forma de jugar. Pero, consciente de ello o no, lo logró proclamando una vuelta a las bases que caracterizaron al club desde sus primeros años, y que eran las que él compartía: la concepción del fútbol como un espectáculo con foco en los jugadores (donde se podía ganar, empatar o perder, pero nunca dejar de atacar), la prioridad del talento para jugar por sobre cualquier otra cosa, la enjundia, la mentalidad ganadora y la unidad en el seno de los planteles (que, para él, debían ser “una gran familia”). Claro que todo eso no alcanzó para que deje de ser mirado con algo de asombro ante algunas afirmaciones que realizó a poco de llegar como cuando decía sin tapujos que volvía al club para mantener su costumbre personal de ser campeón y protagonista.

Don Ángel tuvo una gran ventaja –evidente por sus antecedentes viendo las cosas con la perspectiva que nos brinda el tiempo, pero no tan obvia por entonces-: los resultados se le dieron de inmediato, con lo que nadie dudó de la seriedad de su proyecto ni le cuestionó la pertinencia de algunos de sus pedidos, que los más escépticos tildaban de excentricidades de un entrenador acostumbrado a otra escala de club. Logró mantener la categoría en las últimas fechas del Torneo de Primera División de 1982 (que terminó de disputarse en febrero de 1983) y, al poco tiempo, pudo armar un plantel competitivo, compuesto tanto por algunas joyitas de las Divisiones Inferiores (de la talla de Silvano Espíndola, el ruso Domenech y el Checho Batista) como por algunas promesas que él mismo había seleccionado de otros clubes (como el Pepe Castro, delantero tan temperamental como habilidoso), e incluso por jugadores consagrados como José Luis Pavoni y Rubén Galletti (a quienes conocía de River) y el flaco Landucci (campeón junto a él en Central), además de grandes futbolistas que ya pertenecían al club y que se vieron potenciados con las nuevas incorporaciones, como Pedro Pasculli, Carlos Ereros y el mendocino Mario Videla (h). Así, Labruna pudo conformar un equipo fantástico, con un gran juego asociado y que se convirtió en un verdadero cuco para todos los rivales por su combinación de oficio para defender y virtuosismo y explosión para atacar. No tardó mucho en quedar en la historia: tuvo que enfrentar a Boca Juniors en la primera instancia de eliminación directa del Nacional 1983 y lo superó en una definición dramática, empatando el partido de ida con dos jugadores menos en la Bombonera, y ganando el encuentro de vuelta por 3-2 recién en el alargue con un agónico gol del Panza Videla. El equipo pasó de ser una sorpresa a ser una auténtica amenaza cuando se cargó consecutivamente al poderoso River Plate en la siguiente ronda y llegó a las semifinales, donde venció por 2-1 al Independiente de Ricardo Bochini en el partido de ida…ese mismo Independiente (uno de los mejores equipos del mundo a principios de los años 80), se impuso por 2-0 en el partido de vuelta disputado en el estadio de la Doble Visera. Por esa exigua diferencia de un gol en el resultado global, el Diablo fue el primer equipo capaz de detener el avance del Argentinos de Labruna.

El Campeonato de Primera División de 1983 se inició con un triunfo ante Temperley por 2-1 en la vieja cancha de tablones de Juan Agustín García y Boyacá. Con el tiempo, ese partido acabaría por ser muy significativo en la historia del club, ya que sería el último en más de 20 años que se jugaría en la casa de toda la vida. Por pedido expreso de un Ángel Labruna que ya era palabra autorizada dentro de la institución, el Bicho mudó su localía al vecino estadio de Ferrocarril Oeste, pues el entrenador consideraba que las mayores dimensiones de ese campo de juego facilitarían llevar adelante su estilo vistoso y ofensivo. Cabe destacar que, además, el estadio ya se encontraba en condiciones precarias debido a su antigüedad, que obligaban a que el club tuviera que alquilar otros escenarios de más capacidad para recibir a los clubes de mayor convocatoria. Allende la nostalgia que implicaba abandonar el lugar con el que más se identifica al club, la mudanza traería grandes resultados, que empezarían a manifestarse apenas unos meses después.

Promediando el Campeonato, y gracias a los contactos y las influencias del entrenador, Argentinos sorprendió a propios y extraños incorporando al mejor arquero en la historia del fútbol argentino: Ubaldo Fillol, campeón mundial en Argentina 1978. El Pato, que dejó River en medio de un gran conflicto y llegó a considerar el retiro, fue convencido de continuar por Labruna y se incorporó en su plenitud futbolística a un equipo serio, con chances de pelear arriba, y que venía teniendo un aceptable rendimiento en las primeras fechas. Tras décadas de campañas pobres, y con las únicas excepciones del torneo de 1960 y el paso de Maradona por el club, era tal vez la primera oportunidad en que la gente del Bicho podía soñar en grande: un equipo verdaderamente temible, con el mejor arquero de la historia del fútbol argentino, una defensa con oficio, un mediocampo vistoso y una línea ofensiva punzante, que ya había alcanzado resultados inéditos y se había plantado como toro en rodeo propio y torazo en rodeo ajeno ante los clubes más grandes del país algunos meses antes, y que además de todo contaba con un entrenador de primera línea que estaba llevando a cabo una verdadera revolución en el club, no podía más que ilusionar con que lo mejor estaba por venir.

Tras el arribo de Fillol, Argentinos enfrentó una dura etapa del campeonato en la que debió enfrentar a tres de los mejores equipos de entonces: River, Independiente y el reciente campeón, Estudiantes de La Plata. Dando muestras de que el perfil del club había cambiado, salió airoso de esos tres encuentros (todos terminaron 1-1) y, además, despachó con goleadas por 4-2 y 3-0 a Newell’s y Nueva Chicago. Tal vez cerca de alcanzar el pico de rendimiento, y justo antes de que se inicie la segunda rueda del torneo, el súbito e inesperado fallecimiento de don Ángel Amadeo Labruna (tras sufrir un paro cardíaco después de una exitosa cirugía de vesícula) el día 19 de septiembre de 1983 dejó huérfano a un equipo que no tenía techo. Tras su irreparable pérdida, el rendimiento del equipo fue en baja, y se obtuvo apenas el octavo puesto entre 19 participantes, doce unidades por debajo del Independiente campeón. Pero el legado de Angelito no terminaría allí…

Al año siguiente, Roberto Saporiti se haría cargo del plantel. Pese a la salida de referentes como el Pato Fillol (que continuó su carrera en el Flamengo de Brasil), el equipo se compensó con el arribo de experimentados futbolistas como Juan José López (cuya llegada había arreglado de palabra con Labruna el año anterior), Quique Vidallé, Jorge Olguín y el Puma Morete. La formación comenzó a funcionar con enorme precisión al poco tiempo, recuperando la identidad que había adoptado bajo la batuta del Feo. Ratificando ese viejo dicho de que los pibes ganan partidos y los grandes ganan campeonatos, obtuvo con total justicia el Campeonato de Primera División de 1984 . Labruna no llegó a ver terminada su obra de un Argentinos campeón, pero es recordado de manera unánime como el articulador de ese fantástico equipo que, con cuatro títulos obtenidos entre 1984 y 1986, fue el más exitoso en toda la historia del club.

Los buenos se van pronto, pero nunca son olvidados. Desde Argentinos Juniors vaya esta sentida semblanza a la figura de don Ángel Amadeo Labruna, el Feo, ese que revolucionó y cambió para siempre al fútbol de Argentinos Juniors. Ese que nos devolvió a nuestras bases y, a la vez, nos hizo creer que podíamos ser los mejores y jugarle de igual a igual a cualquiera en cualquier lugar del mundo. Ese que se convirtió en un hijo adoptivo, incluso en un prócer del banco del Bicho en los pocos meses en que dirigió al club en 1983, sólo equiparable a nombres como los de Victorio Spinetto, Roberto Saporiti, el Piojo Yudica, Chiche Sosa y el Bichi Borghi.

REFERENCIAS HEMEROGRÁFICAS:

Diario Clarín Deportivo (VV. EE., 1983)

Diario La Nación (VV. EE., 1983)

Revista El Gráfico (VV. EE., 1983)

Revista Sólo Fútbol (VV. EE., 1983)

(Disponibles para su consulta en Hemeroteca de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno” de la República Argentina)

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

Frasso, Hugo, Argentinos Juniors, Historia de un sentimiento, Buenos Aires, Ed. Del autor, 2004.

Lombardi, Diego (Editor), 110 AAAJ, de Mártires a Bichos, Buenos Aires, Ed. Del Autor, 2014.

REFERENCIAS ESTADÍSTICAS:

Consultadas en RSSSF.com

Autores: Pablo Ciullini (Argentina – año 1982), Osvaldo José Gorgazzi (Argentina – año 1983 y tabla de posiciones) y Víctor Hugo Kurhy (Argentina – tabla de posiciones año 1983).

SITIOS WEB:

http://www.elgrafico.com.ar/2012/08/16/C-4424-angel-labruna-con-frases-en-primera-persona.php
http://www.clarin.com/deportes/Omar-Labruna_0_995900704.html
http://www.clarin.com/deportes/angel-River_0_995900514.html

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