Matías Perelló, delantero de la Reserva, relata su dura infancia en Santa Fe. Dice que el fútbol es su “terapia” para reponerse de todo lo que vivió y cuenta cómo el Bicho lo ayudó a crecer. “Si no hacés las cosas bien, después te quemás solo”, reflexiona.
Faltan horas para su debut en la Reserva y a Matías Perelló le cuesta conciliar el sueño. Ya no lo desvelan los disparos que solía escuchar en su barrio, ni las ansias de debutar. No está nervioso: sólo lo invade la nostalgia. Lo invade porque se siente un adulto atrapado en el cuerpo de un chico. Y en realidad lo es. Lo es desde el día en el que aprendió a cocinar para mudarse a la casa de su abuela y asistirla luego de que un problema de salud le haya paralizado el 50% del cuerpo. Lo es porque la vida así lo decidió. “Cuando crecés así, en un lugar complicado, ya de chiquito empezás a entender cómo son las cosas”, reflexiona.
El documento dirá que tiene apenas 19 años, pero en su bolso guarda las banderas de unas cuantas batallas. Maduró de joven y tal vez antes cuando ya no le quedaba otra opción. El viaje desde el barrio Petróleo, de Puerto General San Martín (Santa Fe) a Buenos Aires o la mudanza a la pensión poco tuvieron que ver: los problemas en su familia lo obligaron a dejar de merodear por el área por un rato y vestirse de arquero para taparle unos cuantos penales al destino. “El fútbol -dice- es la solución a todo. Cuando salgo a entrenar o a jugar a la pelota me olvido de todos los problemas. Es mi terapia”.
-Tuviste una infancia dura en un barrio “complicado”, como dijiste. ¿Eso te hizo desconfiar de tus compañeros apenas llegaste a Argentinos?
-No sé si desconfianza, porque yo sabía con quién juntarme y con quién no. Sabía quiénes eran mis amigos… Siempre dije que para mí la mala junta no existe: vos sabés con quién juntarte y con quién no. No es lo mismo ir a la esquina en la que hay gente drogándose que la otra en la que están jugando a la pelota. Yo siempre decidí estar del lado correcto.
-¿A eso te lo inculcó tu familia?
-Sin dudas. Mi viejo fue importantísimo. Y él pasó por varias situaciones graves… Gracias a Dios aprendí mucho de él.
-¿Y en Argentinos qué aprendiste?
-Muchísimas cosas y voy a estar siempre agradecido. Sobre todo, a ser profesional dentro y fuera de la cancha. Si no hacés las cosas bien, después te quemás solo. En realidad, Argentinos me cambió la cabeza.
-¿Cómo?
-En eso del barrio, porque yo salía mucho y las cosas no terminaban bien. Me puse a pensar que no podía hacerlo más, porque si pasaba algo iba a salir en las noticias como “el jugador de Argentinos” que hizo tal cosa y no era lindo. Ahí empecé a decidir lo que quería para mí, lo que le iba a hacer bien a mi familia y empecé a cambiar. Por ejemplo, antes jugaba a la pelota en cualquier lugar. Ahora no: voy y miro tranquilo, nada más. Aprendí a comportarme, digamos.
Matías Perelló llegó a La Paternal en 2019 y debió adaptarse al ritmo de un fútbol al que no estaba acostumbrado. “Veía la pelota pasar y no sabía qué hacer”, reconstruye. En realidad, su juego consistía en quedarse arriba como delantero y correr una vez que le llegara la pelota. Pero eso cambió. “Cristian Zermatten me mandó de extremo y tenía que hacer la banda. Eso me ayudó mucho para mejorar”, comenta el juvenil, que convirtió seis goles en 25 partidos de la Quinta y participó en dos duelos de la Reserva, donde gritó un tanto.
-No es normal que las cosas se den con esa velocidad: llegaste de Santa Fe, te ganaste la titularidad, subiste a Reserva y hasta hiciste un gol. Todo en apenas un año…
-Estoy tranquilo y siempre trato de estarlo, sin elevarme ni nada. Mis papás me hablan siempre, me ayudan a mantener esa calma. Cuando me llamaron de la Reserva estaba contentísimo, pero cuando me acosté me puse a pensar en todo lo que me había pasado en el año. Ahí entendí que debía aprender a manejar mis emociones.
-¿Cómo hacés?
-Tengo a mi representante, que es como mi hermano. Está en Santa Fe, pero cuando lo necesito lo llamo y ahí está. Me ayuda y me tranquiliza mucho todo eso.
-¿Te quedás preocupado cuando las cosas no se dan en un partido?
-Depende de lo que sea. Si pierdo una pelota que podría haber largado antes para que pase mi compañero y termina al revés, me quedo con culpa. Ahí trato de levantar la cabeza, recuperarla y salir jugando.
-¿Sos muy autocrítico?
-Sin dudas. Hubo partidos en los que pedí disculpas en el vestuario por errores. Me quedo pensando en qué podría haber hecho y eso me acompaña toda la semana… También sé que tengo que mejorar algunas cosas, como la definición: tomarme un segundo más para pensar.
-¿Y a lo mental? ¿Le das importancia?
-Mucha. Porque si estás bien de la cabeza vas a estar bien de las piernas siempre. Zermatten nos dice que tenemos que ser profesionales dentro y fuera de la cancha.
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