El Departamento de Historia celebra un nuevo aniversario del primer título oficial obtenido por el plantel profesional de fútbol de Argentinos Juniors.
La década de 1980 quedó en la historia como la más gloriosa del fútbol argentino. Su cénit estuvo en la conquista de la Copa del Mundo de México 1986 con un Maradona sublime, pero también fueron años fabulosos en el medio local. Casi todos los años apareció algún equipo notable que, con sus propias características, quedó marcado a fuego en la memoria de los amantes de este deporte. Ferro y Estudiantes de La Plata en 1982, los últimos y más brillantes estertores del Independiente rey de copas de Bochini, el River campeón intercontinental, el Rosario Central que empalmó un ascenso con un título, un Racing que fue del infierno al cielo en cinco años y el incipiente Newell’s que pisó fuerte desde 1987 hasta entrada la década siguiente… Y, tal vez, el más recordado de todos por propios y ajenos. Uno que logró la epopeya de llegar a la cima del mundo, paradójicamente, sin sacar los pies del barrio. Uno que llegó a ser avasallante en una época de titanes. Un equipo bien Bicho.
Por supuesto, el más caro a nuestros sentimientos. Un equipo prohijado por un proyecto a largo plazo que, en cierta forma, comenzó en 1982: cuando recibimos una cifra que representa una auténtica fortuna en términos absolutos y relativos por la venta de la mayor joya de nuestra cantera. Desde entonces, sin perder la escala de referencia barrial que mantenemos desde la fundación, nos animamos a trascender. No nos amilanó no haber podido coronar en los mejores años de Diego, ni sendas campañas entre malas e irregulares luego de su partida, ni el doloroso e inesperado fallecimiento de Ángel Labruna cuando manejaba la batuta de una refundación futbolística revolucionaria. Con la verba del “Feo” y una inusual billetera poderosa, trajimos a un puñado de grandes (que no veteranos) que fueron el apoyo para que los más jóvenes exploten con fuerza. De la mano de Roberto Saporiti, un técnico con ADN ofensivo, se formó un grupo humano de primer nivel que, también, era bien Bicho.
De atrás para adelante, la sapiencia de Quique Vidallé en el arco se complementaba con una defensa sólida conducida por un campeón mundial como Olguín, a veces “doble cinco” de jerarquía y otras un número seis de primera línea. Villalba –con su pasado en el rigor del ascenso- y Pavoni –multicampeón de amplísima experiencia- eran una garantía en el sector derecho del fondo. El capitán Domenech era dueño de la banda izquierda y socio perfecto de los “wines”. Otro símbolo como el “Checho” Batista hacía todos los relevos y manejaba los hilos del equipo. Lo secundaban dos joyitas como el “panza” Videla y el “nene” Commisso, obsesionados con el arco de enfrente. Arriba, dos extremos totalmente complementarios: Ereros y “Pepe” Castro, mezcla perfecta de habilidad, velocidad, desparpajo y gol. El 9 quedaba para una revelación de los últimos años que no hizo sino confirmarse sucesivamente cada fin de semana: Pedro Pablo Pasculli. No fue menor el papel de los suplentes. En el banco se mezclaban algunos buenos valores del Semillero como Carlos Olarán y el neoyorquino “Tito” Corsi con veteranos llegados por obra de Labruna como el “Turco” Lemme, el “Puma” Morete y “Jota Jota” López, de gran ascendencia en el plantel y decisivos cuando les tocaba ingresar. Combinando trayectoria y nombres con los omnipresentes pibes de la cantera, este fue también un plantel bien Bicho.
Si bien la campaña de 1983 había sido muy satisfactoria y se había mantenido la línea, era difícil vaticinar lo que terminó siendo ese Argentinos modelo 1984. Fiel al estilo propio del club y yendo al frente en todos lados, apenas tardó unas fechas en encontrar la regularidad que lo condujo a un montón de triunfos (20 en 36 partidos), varias goleadas (¿cómo olvidar el 4-1 a Independiente?) y, sobre todo, a un nivel de juego fantástico. Una verdadera topadora en la que es difícil destacar a una figura, pues los 21 goles de Pasculli pesan tanto como las atajadas de Vidallé, el despliegue del “Checho” o la habilidad del “Panza” Videla. ¿Hubieran sido tan efectivos los desbordes y centros de Castro y Ereros sin las incursiones ofensivas de Domenech? ¿Alguien hubiera tenido la sangre fría de Olguín al momento de patear el penal que podía valer un título en la última fecha contra Temperley? Es probable que sea un lugar común decir que la figura fue el equipo, pero también es factible que esa sea la definición que mejor le quede al campeón de Primera División de 1984. Dar la vuelta olímpica pocos meses después de nuestro 80º aniversario fue sin dudas un hecho especial. ¡Campeones por primera vez! ¡Bien, Bicho!
Autor: Tomás González Messina
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