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Gloria eterna

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El Departamento de Historia celebra el día del hincha de Argentinos Juniors recordando la conquista de la Copa Libertadores de América acontecida un día como hoy en 1985.

El plantel que obtuvo la Copa Libertadores de América en 1985 es reconocido con justicia como uno de los mejores en la historia del fútbol argentino. A nivel de nuestra institución, eso se refleja en el hecho de que todos sus integrantes hayan sido distinguidos como socios honorarios. A nivel nacional, se manifiesta en la enorme identificación generada y el reconocimiento unánime que genera que miles de futboleros de cualquier edad sean capaces de recitar el once inicial de memoria y de recordar muchas de las hazañas realizadas por esos futbolistas. Verdadero parteaguas en nuestra historia y tal vez uno de los tres hechos individuales más significativos para el fútbol de Argentinos Juniors, ese logro se obtuvo tras un camino arduo y complejo que aquí hemos de reseñar. Fieles a nuestra costumbre de fijarnos en los detalles, y buscando permanentemente las líneas de continuidad entre distintos acontecimientos, hoy hemos de repasar algunos pormenores que quedaron opacados tras semejante conquista, pero que incrementan el mérito de la obtención del máximo certamen continental por parte de nuestra institución.

El sorteo.
De por sí, el desafío de la Copa Libertadores se presentaba mayúsculo. Ni siquiera la enorme confianza que despertaba el equipo conducido por José Yudica permitía soslayar la dificultad adicional que implicaba compartir el grupo de primera ronda con el temible Ferro Carril Oeste de Carlos Griguol y con dos de los equipos más grandes de Brasil como Fluminense y Vasco Da Gama. Mientras que el vecino “verdolaga” había disputado palmo a palmo con Argentinos el certamen de Primera División del año anterior, la gira por Río de Janeiro se adivinaba extenuante. La habitual hostilidad con que son recibidos los equipos argentinos en el vecino país podía ser un factor determinante, sumado a la relativa tendencia al localismo en los arbitrajes que era moneda corriente por aquellos años. Por lo demás, el nivel de los rivales brasileros probablemente fuera el más alto que podía hallarse en una primera ronda en la que sólo se visitaba un país extranjero.

El debut con derrota ante Ferro fue un baño de realidad. El partido fue áspero y trabado (como solían ser los enfrentamientos contra el inteligente equipo de Griguol) y terminó con un triunfo por la mínima del equipo de Caballito, con gol de Esteban González. Argentinos tenía con qué y respetaba su línea ofensiva en todo momento, pero hacía falta más que eso para hacerse con este título. Y la pasta de campeón apareció poco después, cuando dio muestras de carácter con sendos triunfos resonantes en Brasil (2-1 a Vasco y 1-0 a Fluminense en el Maracaná). El duelo ante el tricolor fue extenuante, pero fue el envión anímico que el plantel necesitaba para forjar el carácter inquebrantable que lo acompañaría hasta instancias con las que sólo podía soñar a esta altura.

El grupo culminó con igualdad en puntos con Ferro y se definió en un desempate ganado con autoridad por 3-1. Y probablemente tanto la instancia como el rival fueran un factor decisivo para dar impulso a un estilo dominador que no sería dejado atrás. Con el resonante triunfo quedaba atrás el estigma de sufrir ante el equipo que siempre podía complicar y maniatar a Argentinos. Ese plantel estaba para grandes resultados que no tardarían en llegar. Además, un dato no menor es que la clasificación se obtuvo apenas una semana después de obtener el Campeonato Nacional ante Vélez Sarsfield.

Prueba de fuego en el mismísimo infierno.
Por si no hubiera sido suficiente con el enorme desafío de la fase inicial, en el grupo semifinal llegaba el momento de enfrentar a otro de los mejores equipos de los que se tenga memoria en nuestro país. Si había (y hubo) en el mundo un plantel con mística copera, mentalidad ganadora, fútbol de buen pie, sobreabundancia de jugadores habilidosos y enorme poderío ofensivo, ese fue el Independiente de Ricardo Bochini. Vigente campeón de América y del mundo, el “diablo” era además dueño de una localía temible, sobre todo en los partidos internacionales. ¿Qué sería de Argentinos ante un titán de la Libertadores como ese?

Todo lo que insinuaba Argentinos en la previa debió salir a la luz en el encuentro decisivo de esta instancia, en que los bichos visitaban a Independiente en la Doble Visera, en un partido que definiría al finalista del certamen. Repasar las crónicas de la época y los testimonios de los protagonistas puede llegar a conmover. El desafío mayúsculo se veía facilitado por una ventaja alcanzada tras un ominoso penal cometido por Néstor Clausen que el “panza” Videla cambió por gol con su categoría habitual a los 20’ del primer tiempo. El afán ofensivo redundó en un buen tanto del “Pepe” Castro, quien aprovecó una desatención en la defensa local. Pero la final anticipada no fue un sendero de rosas. Con el descuento de Percudani pocos minutos antes del final del primer tiempo, las incógnitas se hacían presentes. Sobre todo, para quienes atestiguaban los rendimientos fuera de serie de Bochini y Marangoni.

Pero Argentinos fue inteligente y no cayó en el juego del rival, y nunca claudicó en atacar. A los citados rendimientos de los futbolistas destacados del rival les opuso un “Checho” Batista que fue amo y señor del mediocampo con su panorama y andar cansino, y un “Bichi” Borghi intratable, artífice de los mejores momentos en ataque, que justificaba como pocas veces ser indicado como el sucesor de Maradona. Sin embargo, fue la noche estelar de otra pieza fundamental del equipo. Enrique Vidallé contuvo el penal que “Maranga” -especialista en la materia- pateó a los 44’ de la segunda mitad. En esa atajada en dos tiempos, Argentinos selló su pase a la final continental. Y vaya si lo hizo a lo grande, pues una sentida ovación bajó de los cuatro costados del estadio. La Doble Visera parecía ser un estadio Luna Park en que un campeón argentino caía en buena ley y cedía la corona a su sucesor. Aunque, por difícil que hubiera sido la semifinal, todavía faltaba el duelo decisivo…

Eterna por partida doble.

El desenlace contra América de Cali también tuvo sus condimentos, aunque no alcanzó los ribetes épicos de la recordada semifinal contra Independiente. Un factor habitualmente pasado por alto es que, en paralelo al inicio de la Copa, había comenzado el certamen local de Primera División. Argentinos arrancó el torneo doméstico con una seguidilla de victorias que ratificaban su condición de candidato, pero que impactaban en el físico de un plantel cada vez más agotado a lo largo de tres meses de viajes constantes y competencia al más alto nivel. Al haber habido un triunfo por lado en los dos primeros partidos (1-0 para cada uno en condición de local, con goles de Commisso y Ortiz respectivamente), la definición sería el 24 de octubre en terreno neutral.

La sede designada por la CONMEBOL fue el Estadio Defensores del Chaco, en Asunción. El traslado entre Cali y la capital paraguaya estuvo plagado de inconvenientes que el diario Popular se encargó de reseñar. No sólo el viaje resultó muy largo en horas, sino que el plantel no contaba con alojamiento en la capital guaraní. Vicisitudes logísticas aparte, dos futbolistas clave en el ataque no podrían ser de la partida por sendas lesiones en el partido de vuelta: Carlos Ereros y “Pepe” Castro. Por tal motivo, Yudica se vio compelido a plantear un esquema algo más defensivo que en otros encuentros, improvisando con Renato Corsi y Jorge Olguín como volantes, y con Claudio Borghi como única referencia de ataque.

La fatiga tras el largo viaje era notoria en ambos planteles, y el partido terminó 1-1 en los 90’ con tantos de Commisso para Argentinos y de Gareca para el equipo colombiano. Luego de un suplementario sin cambios en el resultado, llegó la hora de la definición por tiros desde el punto penal. Y aquí se volvió a comprobar una de las máximas del padre de este equipo, Ángel Amadeo Labruna. El disparo del joven colombiano Anthony De Ávila contenido por “Quique” Vidallé ratificó eso de que los pibes podrán ganar partidos, pero que los campeonatos son conquistados por los veteranos. El cordobés de 33 años se vistió de héroe una vez más, y dejó todo dispuesto para la cansina y eficaz definición del “Panza” Videla.

Argentinos fue campeón de América en 1985 porque nunca bajó los brazos. Ese plantel de hombres forjados en la adversidad fue la más maravillosa metáfora de los jóvenes idealistas que habían fundado la Asociación más de 70 años atrás. A la solidez defensiva y la inteligencia táctica de Ferro le opuso vértigo ofensivo y picardía. A la dureza de la localía de los equipos cariocas le contestó con tesón y trabajo en equipo. Al desparpajo de Blooming lo contrarrestó con la autoridad de un candidato. Y a la mística de Independiente le opuso la desfachatez en ataque y la solidez de una defensa que estaba a la altura de lo mejor de América. La final quedó para la anécdota, pero sirve para reforzar la idea de que el equipo nunca traicionaba su forma de jugar a pesar de que faltara algún ejecutor. Argentinos llegó a ser uno de los mejores equipos de la historia del fútbol precisamente porque nunca dejó de ser Argentinos Juniors. Gloria, tradición y buen juego: el camino indudable a la gloria.

Referencias bibliográficas:
Barraza, Jorge (comp.), “Copa Libertadores de América, 1960-2010”, Tomo I. Luque, Ed. CONMEBOL, 2011.
Frasso, Hugo, “Argentinos Juniors, historia de un sentimiento”. Buenos Aires, Ed. Del autor, 2004, Cap. 8.
Lombardi, Diego (editor), “110AAAJ, de mártires a bichos”. Buenos Aires, Ed. Del autor, 2014.

Referencias hemerográficas:
Diario Clarín deportivo (VV. EE.)
Diario Popular (Edición del 25 de octubre de 1985, disponible en el Museo “El Templo del Fútbol”)
Revista «El Gráfico» (VV. EE.)
Revista «Sólo fútbol» (VV. EE.)

Referencias estadísticas:
Consultadas en RSSSF.com
Créditos: Osvaldo José Gorgazzi, Víctor Hugo Kurhy, Pablo Ciullini y Karel Stokkermans.
Sitio web: https://www.youtube.com/watch?v=M0Z24akhSlk (Síntesis del encuentro de vuelta contra Independiente en semifinales).
Autor: Tomás González Messina

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