Conocé a Emanuel y Mateo Díaz Chaves, dos juveniles de Caucete que se lucen en el Semillero y sueñan con dejar su huella. «Queremos marcar una historia de sanjuaninos en el club», dicen.
José Chaves está devastado. Un terremoto acaba de destruir su casa y sus sueños en Caucete, San Juan. Es 23 de noviembre de 1977 y falta poco para que su hija Marta nazca. Las cenizas no lo dejan ver más allá: lo perdió todo, incluso a las ganas de resurgir.
Pero de esa desgracia nació su destino. Porque su lucha fue un ejemplo para sus nietos que, unas décadas después, debieron edificar su futuro a más de mil kilómetros de su hogar. “No lo vivimos y nunca vamos a tomar dimensión de lo que pasó. Nos lo cuentan nuestros abuelos y con sus palabras nos transmiten la angustia que vivieron”, repiten a coro.
Emanuel es zaguero central zurdo, categoría 2002. Está en Argentinos desde los 10 y él mismo recordó que cumplió 11 en la pensión, lejos de sus afectos y rodeado de desconocidos, de los cuales muchos terminarían siendo “como hermanos”, según describió.
Mateo, por su parte, escuchó varias veces a la semana como su hermano mayor lloraba al teléfono de tanto extrañar, pero en 2017 se lanzó a la aventura de viajar a Buenos Aires e imitar a Emmanuel. Es delantero, diestro, clase 2003. «Somos privilegiados de ser hermanos y vivir juntos acá. Nos sirve mucho, porque el apoyo es constante. Los dos tenemos el objetivo de jugar y lo hacemos siempre por amor», coinciden.
Los «Chupete», como se los conoce en el CEFFA, resaltan la importancia del objetivo. «Venimos dejando a la familia hace muchos años y no nos podemos salir del camino”, dicen, y agregan: “Los dos tenemos el objetivo de jugar y lo hacemos siempre por amor y cuando uno no siente amor, no está más para estas cosas”.
Mateo palpó todo lo que vivió Emmanuel, ya sabía con qué se iba a encontrar y el desarraigo no fue tan grave como el de su hermano mayor. Es por eso que su adaptación fue más sencilla: llegó en Novena División a una categoría que venía de salir campeona y se dio el gusto de hacer el primer gol de la 2003 en Juveniles, frente a los ojos de sus padres, que viajaron para apoyarlo en su primer paso: “El primer partido de novena es especial en Argentinos. Hay una tradición que lleva más de 50 años, en la que la madre del capitán debe llevar una torta para comer. Si ganamos, la compartimos en el vestuario, pero si perdemos debemos donarla”.
Emanuel lleva 89 partidos en las Inferiores, con dos goles (ambos convertidos en 2019) y fue protagonista en la agónica consagración de la Octava en 2017. Hasta hizo su primera pretemporada con la Reserva. “Yo intento salir a la cancha y disfrutar. Es el momento, son cosas que no sabes si te van a volver a pasar. Trato de despejarme, ir para otro lado, no pienso en el partido, no pienso en el que tengo enfrente”, revela.
Mateo, en cambio, acumula 62 partidos, hizo 20 goles, pasó a sexta y no tuvo la chance de dar la vuelta, pero sí afrontó partidos decisivos cada año, ya que la 2003 siempre ha peleado los torneos: “Para la semifinal con Lanús el año pasado no pude dormir, daba vueltas. No te das cuenta”.
Los sanjuaninos saben que no hay mucha historia de coprovincianos que se hayan criado en la cantera del club, más que Juan Carlos Moreno, arquero que se destacó en el equipo del 60 y Daniel Garipe, volante central que ascendió en 2004. Tampoco son muchos los hermanos del interior que se formaron en el club y llegaron juntos a Primera: sólo los mendocinos Luciano y Mario Berzio, que se lucieron en la década del 30.
Los antecedentes no hacen más que agigantar la esperanza de los Díaz Chaves, quienes sueñan con “marcar una historia de sanjuaninos en el club” y ser reconocidos en su Caucete natal. Porque en «El Semillero del Mundo» brotan cientos de leyendas familiares. Y ellos se desvelan por plantar la suya.
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