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Pasión por generaciones

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Malaspina, Pérez y Pederzoli, los tres dirigentes principales, son protagonistas de un hecho poco común: sus padres fueron jugadores del club. Un repaso por sus carreras.
Cristian Malaspina recorre el césped con el corazón inflado y la mirada perdida. Su atención está puesta en los recuerdos de otras épocas, cuando su familia le dedicaba horas y horas a su Argentinos Juniors. “Todo arranca con mi abuelo, que colaboró en el club. Ayudaba mucho a los Cebollitas, les preparaba la comida después de cada entrenamiento y demás”, cuenta. Lo cierto es que el aporte de “Cholo”, como lo llamaban, fue apenas el puntapié.

El legado siguió con José Malaspina, quien tuvo un rol muy importante en la vuelta al estadio en 2003 y, a partir de su reinauguración, se convirtió en el primer intendente del Diego Armando Maradona. “Cada vez que entro al campo de juego -reconoce el mandatario- se me viene a la mente la imagen de mi tío, que lo extraño mucho”. Así, su arduo trabajo en la cancha dejó impregnado su nombre en la memoria de los hinchas.

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Más tarde fue Pedro Malaspina, su papá, quien construyó un lugar en la historia: se formó en El Semillero del Mundo hasta que, en medio de la huelga de profesionales de 1971, llegó el debut en la Primera. Luego de un año alternando entre la Reserva y la máxima categoría, con apenas cinco partidos en el lomo, quedó en libertad de acción y decidió ganarse la vida en otro rubro.

Adrián Pérez escucha el relato del presidente del club y los ojos se le llenan de lágrimas. Su infancia, algo distinta, también estuvo marcada por los botines desfilando con la número 5. “Mi viejo me decía que el vestuario es sagrado y eso me quedó para siempre. Yo no lo vi jugar, pero de él heredé la pasión por el fútbol”, cuenta el directivo. Porque, a diferencia de Pedro, Raúl se crió en otras tierras: se formó en San Lorenzo, pasó por Newell’s y en 1965 arribó a La Paternal, donde convirtió siete goles en 18 partidos.

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Al año siguiente fichó con Atlanta y, a partir de 1967, armó las valijas para alimentar una carrera que brilló en Perú, Chile y Uruguay, donde conoció a una gloria del club como Roberto Saporiti. “Me emociono -asegura Adrián- cada vez que lo mencionan. El que más venía a hablarme de él era Carlos Pascual Osorio”. Si bien su paso por el Bicho fue breve, su camiseta quedó inmortalizada en el Museo junto a un boceto de su gol a Chacarita, elegido como uno de los mejores del ’65.

Javier Pederzoli, vicepresidente segundo, se despidió de su papá hace cuatro años mientras Argentinos definía la permanencia frente a Sarmiento. Pero, cada vez que llega a la cancha, su gigantografía estampada sobre la pared le hace saber que no está solo. “Me inculcó el amor por el club desde que tengo memoria”, dice, con la voz algo resquebrajada. Héctor Pederzoli, uno de los frutos de la cantera, hizo su presentación oficial en 1953 y compartió el mediocampo con figuras del calibre de Oscar Di Stéfano y Orlando Nappe.

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Luego de 174 partidos y tres gritos de gol, en 1960 fue transferido a River, donde jugó dos temporadas, y posteriormente se retiró en Huracán. Pero su historia con el fútbol no terminó ahí: tiempo después volvió a Argentinos del otro lado de la línea de cal como ayudante de Ricardo Trigili y tuvo en sus manos la posibilidad de presentar en sociedad a un tal Diego Maradona. “Me hizo entender la responsabilidad en ciertas cuestiones que las acoplé en mi carrera”, afirma el directivo.

Además los colores y el cargo actual, hay algo que une al trinomio: las performances de sus padres sobre la hierba con la camiseta del Bicho. “Mi responsabilidad no sólo es con los socios, que me eligieron por segunda vez. También es con el legado familiar”, afirma Malaspina. Una pasión por generaciones.
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